lunes, 12 de enero de 2009

LA MUCHACHA VENDE FLORES


La muchacha india de Hecelchakán vende flores, porque ama la belleza fulgurante del amor que cayó entre los prados para darle esos pétalos que revientan en colores y fragancias de esplendores rebosantes de silvestre paz.

La muchacha india de Hecelchakán es la alegría que convierte el arco iris en grandes y pequeños ramos de felicidad; ata manojos de lirios y la luna resplandece para los enamorados; junta orquídeas con magnolias y en cada hogar de Hecelchakán los altares claman: “Mi gran Dios, somos almas de pureza encendidos en el cielo azul turquesa de tu dulce corazón”.

A los nardos, las violetas y la flor del girasol los adorna con fragante limonaria, les acomoda margaritas blancas, amarillas y moradas, y en ese instante, cuando el ramo se termina, la aurora, las palomas y el rocío matinal se engrandecen en el fondo azul de su inmenso sentimiento de amor, que se transforma en una ofrenda de flores de muchísima luz.

Al ver a la muchacha proclamando pureza, el duende que se llama “Traición” se asusta de tanto resplandor y estalla en muchas burbujas grandes y pequeñas que, conforme ascienden, se van reventando y desaparecen para siempre.

La muchacha tiene flores, muchas flores, pero algunas no son de ella, ve una aristocrática rosa púrpura de Castilla y dice “no es mi flor”, pero viene un hacendado y se la lleva a los altares de la catedral de la realeza campechana.

Ve una flor artificial y la hace a un lado, pero viene un petrolero y se la lleva a la isla de Tris.

Ve tres flores negras, que son muy raras, con adornos de terciopelo, incrustaciones de chaquiras, hojas de lentejuelas y muchas, muchas espinas, ya las va a tirar, pero viene un hombre rubio de ojos azules que dice que es de Jerusalén y se las lleva al carnaval de Río de Janeiro.

Las más blancas nadie las quiso, pero vino su mamá con su frente blanca, su pelo blanco y entre sus manos blancas las cobijó con su espíritu y se convirtieron en manantiales cristalinos, poesía como ésta y la inocencia de niños alegres y cariñosos.

La muchacha está contenta, porque vendió todas sus flores, vuelve a casa por su camino ámbar, el viento la besa, y a lo lejos el sol del crepúsculo, tímido, se oculta para verla pasar, estira su mano como el último rayo de la tarde, y su flor de luz estalla en cuarzos, primaveras, mariposas de cristal y plenilunios de rosada paz en el corazón de la doncella: es el amor, el grandísimo amor que día a día la muchacha india siente y que a nadie dice.

Artículo y fotografía con Derechos Reservados.

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