jueves, 4 de diciembre de 2008

EVIDENCIA GUADALUPANA

El 6 de mayo de 1990, Juan Diego Cuauhtlatotzin fue declarado beato por la Santa Sede, es decir, santo y digno de que la iglesia lo proponga como modelo e intercesor. La controversia originada por el ex abad de la Basílica de Guadalupe, Shulemburg, puede sintetizarse en dos premisas: primero, que su existencia es sólo simbólica; y segundo que no es un hecho histórico, porque hay un “silencio” por parte de historiadores y aún de los protagonistas como el obispo Zumárraga, de muchos años, posterior a las apariciones y la evidencia Guadalupana.
En respuesta a esta controversia las investigaciones ponen en claro que si se realizó la beatificación de Juan Diego por parte del Papa Juan Pablo II, es porque “esos testimonios están ahora reforzados mejor que nunca, puesto que, durante años, muchos de los mejores talentos de la iglesia, severos profesionales de la Historia y de la Teología, los examinaron, discutieron, juzgaron y aprobaron con motivo del proceso de canonización de Juan Diego y, porque en base a eso, el Santo Padre en persona lo refrendó”.
El decreto del Vaticano que aprobó esta beatificación dice: “Ahora bien, por una gracia apoyada en circunstancias particulares, concedemos que la memoria litúrgica de Juan Diego como Beato sea obligatoria en la Arquidiócesis de México y libre en las demás diócesis de América Latina, cada año el día 9 de diciembre, que se puede celebrar tanto en la acción Eucarística como en la Liturgia de las Horas. Sin que obste en contrario. Dado en la ciudad de México, bajo el anillo del Pescador, el día 6 de mayo del año 1990, duodécimo de nuestro Pontificado”.
Después de este decreto, posterior a la exhaustiva labor de investigación y de acopio de documentos que hicieran referencia histórica a la existencia de Juan Diego, no queda duda de que es un hecho real, auténtico, que forma parte de la tradición y del culto religioso.
Los grupos evangelistas y otros que toman en sentido literal la expresión bíblica de que hay que adorar a Dios en “espíritu y en verdad”, y no mediante imágenes, que es una de sus diferencias más profundas con la religión católica, están en su derecho de opinar en el sentido de que su adoración, por tal motivo, es "más” pura.
En lo personal no me interesa “defender mi fe”, como es común escuchar entre católicos y evangelistas; el fanatismo no es la mejor actitud, sino el sentimiento interior de saber que se está cumpliendo con lo que se cree y traducirlo en acciones, sea con imágenes o sin ellas. En todo caso mi fe como escritor está en las ideas de Neruda, Paz, Mistral, Mediz Bolio y todo lo que signifique intelecto y creación de la belleza literaria.
Las apariciones, desde el punto de vista literario, son una fuente de belleza; un símbolo de hechos trascendentes que manifiestan una gran originalidad y caudal de conocimientos dignos de ser proclamados y exaltados, tal como lo hace el arzobispo Norberto Rivera: “Yo, tu pobre macehual, pero también custodio de tu imagen y por ello portavoz de tus hijos todos, creo, he creído desde que tu amor me dio el ser a través de mis padres y, con misericordia, espero defender y creer hasta mi muerte en tus apariciones en este monte bendito, tu Tepeyac, que ahora has querido poner bajo mi custodio espiritual; que junto con mis hermanos, las creo, las amo, y las proclamo tan reales y presentes como los peñascos de nuestros montes, como la vastedad de nuestros mares; más aún, mucho más que ellos, pues “ellos pasarán, pero tus palabras de amor no pasarán jamás”.
Después de comprender esta realidad se puede comprender por qué ninguna controversia ni opinión contraria podrá rasgar el velo de un culto tan extendido y profundamente arraigado en el alma del pueblo mexicano, tal como lo afirma Ignacio Manuel Altamirano: “Si hay una tradición verdaderamente antigua, nacional y universalmente aceptada, es ala que se refiere a la aparición de la Virgen de Guadalupe. No hay nadie, ni entre los indios más montaraces más incultos y abyectos que ignore la aparición de la Virgen de Guadalupe”.
“En ella están acordes no sólo todas las razas que habitan el suelo mexicano, sino lo que es más sorprendente aún, todos los partidos que han ensangrentado el país, la profunda división social desaparece solamente ante los altares de la Virgen de Guadalupe. En cada mexicano existe siempre una dosis más o menos grande de Juan Diego el indio”.
Esta es la conclusión sobre el culto a las apariciones a la Virgen de Guadalupe. Los principales párrafos literales, entrecomillados, fueron extractados del libro “El encuentro de la virgen de Guadalupe y Juan Diego”, de Editorial Porrúa; obra recomendable por su riqueza bibliográfica con los más destacados historiadores y teólogos desde la colonia hasta nuestros días.
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