sábado, 22 de noviembre de 2008

DR. ARMANDO TORAYA LOPE



Tiene la efigie de Don Quijote y el alma de un guerrero prehispánico, espigado como los árboles nativos que se yerguen pétreos con su follaje como pintados a pincelazos firmes y rígidos. El tiempo se hace a un lado para verlo pasar y si existieran los demonios se alejan como deslumbrados. Carga su maletín de cuero viejo donde van su estetoscopio, las palitas de madera para bajar la lengua y acechar bien la garganta, el termómetro y algunos medicamentos, como si fueran su báculo de poder diciendo: “Déjenme cumplir con mi encomienda”.

Se yergue altivo con su guayabera blanca y sus cabellos plateados, nadie se atrevería a tocarlo porque es un símbolo de la virtud humana. Su único propósito en la vida es el amor y la bondad que no pide nada, simplemente quiere dar y dar de sí y ser incienso proclamando: “Nadie toque a los niños, ¡aplácate enfermedad!”.

Ya más de cerca tiene un rostro pintado por la serenidad, emana paz, respeto, sentimiento de alcanzar la cumbre, oleaje tranquilo de playa al amanecer. Carraspea de cuando en cuando, porque es la ceniza del dolor vítreo, que ya no existe, de lo que fue la batalla de su espíritu, es el recuerdo de la hoguera del alma que a todos nos queda de distinta manera.

Su consultorio todo el tiempo está lleno con personas de todas las edades, cuando hay cambios bruscos de temperatura los niños lo llenan con su tos, algunos vomitan su leche, otros lloran, pero el doctor Toraya implacable le dice a la enfermedad: “¡Quítate, tuerce tus caminos y desaparece!”.

Durante 55 años se ha consagrado a sanar las dolencias de nuestra gente, quizás no hay muchos que no hayan pasado por sus manos y su sabiduría médica, generaciones y generaciones han superado su batalla contra las enfermedades bajo su atento cuidado. Cobra una consulta simbólica y visita a sus pacientes más necesitados por las tardes. Es el símbolo del vigor férreo que caracteriza a nuestros personajes ilustres de Hecelchakan.

Trabajó muchos años en el área de salud de la Normal Rural “Justo Sierra Méndez”, desde siempre aportó sus conocimientos en el Centro de Salud de nuestra ciudad que hoy lleva su nombre. Posterior a su jubilación continuó como hasta ahora en su consultorio particular desarraigando enfermedades y dejando en armonía los organismos lacerados por las dolencias.

Es un ejemplo del trabajo constante y disciplinado y del humanismo arrebatado a la adversidad con lucha fragorosa y el llamado de una fuerza superior que dice: “Ven, elegido por la furia de los dioses”. Una medalla de oro o un pergamino con firmas de deslumbrantes poderosos serían un honor para los hombres distinguidos de Campeche y de Ciudad del Carmen, nuestros hombres ilustres ya están pagados por el espíritu del amor y la grandeza del pensamiento puro.

Un premio dignifica a quien lo otorga, porque el que lo recibe es digno y la dignidad no se compra ni lo da un puesto público ni la sombra del manto del poder, La dignidad es la luz arrebatada a la furia de las deidades nocturnas, es el amor arrebatado a la vileza y el que lo ha hecho lo sabe.

La Comisión de Derechos Humanos del Estado de Campeche dará un ejemplo de dignidad al otorgar el premio “José María Morelos y Pavón”, que honra a una persona distinguida en la realización de acciones humanitarias o promoción de los derechos humanos en la Entidad.

A iniciativa del presidente municipal de Hecelchakan, José Luis Montero Rosado, el cabildo en pleno hizo la propuesta a esta institución de derechos humanos para que el doctor Armando Toraya Lope sea candidato a recibir el premio antes mencionado, el fallo se dará en el mes de diciembre en una fecha por confirmar.

La medicina son órganos, sangre, psiquis y química de medicamentos, pero también es el pensamiento que descifra los caprichos de la enfermedad. El doctor Armando Toraya Lope es uno de nuestros hombres ilustres que a diario transforma el letargo en optimismo, y la oscuridad de la mansión de los virus en el amanecer de nuestros anhelos de alcanzar los ideales, los sueños y el amor perpetuo. Es un varón que nos honra a los hecelchakanenses