La violencia intrafamiliar es un estigma de las sociedades modernas, es una herida que degrada al género humano. Hoy, con más frecuencia la familia vive con el tormento del daño físico y psicológico causado al interior de los hogares.
El flagelo de los gritos y los golpes a los niños y las mujeres deja un desconcierto dramático que perdura a lo largo de la vida. Se lesiona la vida familiar y repercute en la sociedad como un fenómeno desolador.
Atajemos este estigma social enseñando el amor dentro de nuestros hogares, digámosle no a la violencia sobre las esposas y los hijos, enarbolemos el humanismo propio de la esencia del hombre para mitigar y erradicar esta estela de violencia indigna.
Muchas son las causas de este contexto: la opresión a las clases más desprotegidas, la miseria y la marginación, la decadencia de los valores eclesiásticos y familiares y, aunque muchos no lo crean, también el demonio de la muerte influye en el surgimiento de este dantesco drama.
Horroriza creer que a seres angelicales como la mujer y los niños se le pueda levantar la mano, que la crueldad insensata les infiera heridas psicológicas y del cuerpo, y que este fenómeno se agudice más cada día.
Pongamos de nuestra parte la fuerza del amor para preservar los valores familiares y así contribuir para que este fenómeno no se propague. Seamos el ejemplo para concientizar a quienes lo padecen, ahuyentemos la degradación de los valores del ser humano y dignifiquemos lo que somos: espíritu de vida, amor, sentimiento de bienestar y presencia de paz, para erradicar la violencia intrafamiliar.
En la actualidad hay organismos públicos y privados que se ocupan de luchar contra esta condición en las familias. De ser necesario acudamos a ellos con valor y determinación, conscientes de que pueden ayudarnos a sobreponernos de esta situación maléfica.
Inculquemos en nuestros hijos el amor y no el odio, el respeto y no la envidia, la verdad y no la mentira. Empecemos por nosotros mismos y nuestras familias. Sembremos la serenidad de nuestras ideas para que cosechemos un presente y un futuro siempre digno y de amor para nuestros hogares.
Repudiemos la violencia y miremos como el amanecer de nuestra presencia en el mundo la felicidad. Escribamos y gritemos esta palabra: FELICIDAD, porque es nuestra meta, porque es el valle sagrado que nos espera en nuestros corazones si ponemos al amor como el valor supremo que conduzca nuestras metas.
Digamos no a la violencia intrafamiliar, no a la espada que envilece y remontémonos a la grandeza del género humano con tres palabras: AMOR, RESPETO Y PAZ.
lunes, 15 de septiembre de 2008
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